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Commentary
La Nación (Costa Rica)

Furia conservadora

Designación de Harriet Miers a la Corte Suprema: problema para la Casa Blanca

El presidente George W. Bush decidió apostar a Harriet Miers, su amiga y colaboradora, para llenar la vacante en la Corte Suprema que dejará el retiro de Sandra Day O'Connor. De cara a los cuestionamientos sobre Iraq y la pobre respuesta inicial al desastre de Katrina, el mandatario consideró que su candidata era la que menos controversia perfilaba. También, desde este ángulo táctico, Miers tenía dos aparentes ventajas: su cercanía con Bush y su casi inexistente producción intelectual.

La relación con el mandatario parecía garantizar el respaldo republicano para que la confirmación transcurriera tranquilamente en el Senado, donde la bancada oficial es mayoritaria y suele respetar los deseos del Presidente. Asimismo, la ausencia de huellas visibles de sus orientaciones y preferencias en temas legales que tienden a agitar las corrientes políticas, prometía soslayar las batallas ideológicas que otrora hundieron la postulación del juez Robert Bork. Al menos, así pensaba el equipo de la Casa Blanca.

El resultado, sin embargo, fue muy distinto. Los vínculos de Miers con Bush han dado lugar a acusaciones de amiguismo, ampliadas por el trasfondo de protestas contra el mandatario por haber puesto en manos de "cronies"—compinches—la agencia federal FEMA, epicentro del fiasco de Katrina. A su vez, la brevísima lista de escritos y discursos de Miers ha alimentado reclamos de incompetencia.

Abogada destacada. La Casa Blanca ha defendido la postulación señalando los antecedentes profesionales de Miers. Ella es, sin duda, una distinguida abogada de Texas. Temprano en su carrera logró ascender como socia de una prominente firma de abogados en Dallas y, poco después, alcanzó la jefatura del bufete. Seguidamente resultó electa presidenta de la barra de abogados de su estado y, posteriormente, de la American Bar Association, posición de prestigio en el ámbito estadounidense.

Tres hechos coincidentes, hacia finales de la década de 1980, dieron un giro diferente a su vida. Uno fue su naciente relación profesional y de amistad con George W. Bush, quien se perfilaba como exitoso político tejano. Otro, su conversión de la fe católica a la evangélica y, finalmente, después de haber apoyado financieramente campañas del Partido Demócrata, Miers se integró al campo republicano. Los vínculos con el entonces gobernador Bush desembocaron en varios nombramientos estatales, el más notorio en la Comisión de la Lotería. Cuando Bush conquistó la Casa Blanca en el año 2000, Miers lo acompañó como funcionaria de confianza en su despacho donde, últimamente, era su consejera legal.

Sorpresa. La reacción inicial de la prensa y los corrillos políticos a la nominación de Meirs fue de sorpresa. Sin embargo, O'Connor ha destacado como contrapeso centrista en las decisiones del tribunal, oscilantes entre jueces de corte liberal y los de convicciones conservadoras. Por ello, tras el asombro por la postulación de Miers, sobrevino una avalancha de críticas provenientes de donde la Casa Blanca menos las esperaba: el sector conservador, vital para el Partido Republicano y determinante para amortiguar la caída del respaldo popular al mandatario.

Algunas figuras del ala liberal demócrata rechazan igualmente a Miers debido a su filiación evangélica y la conexa oposición al aborto y legalización de uniones entre homosexuales que propugna dicha vertiente. Mas, esa reacción era esperada, similar a la que topó John Roberts, holgadamente confirmado luego como presidente (Chief Justice) de la Corte Suprema.

En todo caso, el rechazo a lo largo y ancho del mapa conservador ha sido particularmente severo. De manera cotidiana, los más conspicuos oráculos conservadores han castigado a Bush por su selección, la cual califican de ridícula, vergonzosa y, sobre todo, fruto del amiguismo que el mandatario ha denotado en otros nombramientos.

Amiguismo. La acusación de amiguismo ha sido dolorosa para Bush y ha tendido a agravar el desplome en los sondeos, originado principalmente por la guerra en Iraq. La presente coyuntura trae a la mente lo ocurrido en el pasado con otro presidente, Lyndon Johnson, golpeado por la impopularidad de la guerra en Vietnam. En 1965, Johnson, legendario maestro de manipulaciones en el Capitolio, donde sirvió durante décadas, persuadió a Arthur Goldberg, magistrado de la Corte desde 1962, para que renunciara a fin de nombrarlo embajador en la ONU. Con ello creó la vacante donde de seguido logró instalar a su viejo amigo Abe Fortas.

Fortas era un extraordinario jurista, especializado en procedimientos penales, ex profesor en Yale y con una carrera distinguida de litigios ante la Corte. En 1968, el Chief Justice, Earl Warren, anunció su retiro y Johnson vio la oportunidad de ascender a Fortas. Pero, una rebelión en las filas demócratas, sobre todo en el Congreso, alentada por acusaciones de amiguismo, obligó al mandatario a retirar la postulación de Fortas a la presidencia de la Corte.

Eran, desde luego, otros tiempos y la impopularidad de la guerra en Irak es mínima comparada con la agitación que en su momento generó el conflicto en Vietnam. No hay duda, sin embargo, de que las percepciones con respecto a la debilidad o fortaleza del ocupante de la Casa Blanca constituye un factor clave en el cálculo del Senado para aprobar o rechazar nombramientos de tanta importancia como los de la Corte Suprema.

¿Una luz en el túnel? Las audiencias públicas que se realizarán en noviembre para examinar la designación de Miers serán decisivas para sellar su suerte. Declaraciones de diversos senadores, incluyendo Arlen Specter, quien presidirá las audiencias, sugieren una atmósfera de escepticismo en torno a la idoneidad de la candidata para enfrentar airosamente el difícil interrogatorio jurídico que le aguarda.

Curiosamente, Miers no ha recibido una negativa general de la bancada demócrata. Más aún, su líder, Harry Reid, recomendó a Miers con Bush. Esto abre la posibilidad de una alianza táctica entre republicanos que no desearán distanciarse de Bush y demócratas plegados a Reid, que son mayoría. Si el desempeño de Miers en el gran teatro de las audiencias resulta pasable, la confirmación cristalizará gracias, en gran medida, a los demócratas. En cualquier caso, la ira de la base conservadora del Partido Republicano no se aplacará fácilmente. Habrá elecciones de medio período el año próximo y ahí se medirá realmente el precio que Bush ha pagado por intentar colocar a su amiga en la Corte Suprema.