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Commentary
La Nación (Costa Rica)

Perder la paz

A principios de este mes, el vicepresidente estadounidense, Joseph Biden, visitó Irak para, oficialmente, declarar la terminación de las operaciones militares estadounidenses en ese país. Con rostro sombrío, ausente su eterna sonrisa, el funcionario declaró que la misión de Estados Unidos en Irak se había cumplido. Recordé en ese momento, al observar las imágenes por la televisión, que entre los principales deberes del vicepresidente está representar al presidente en funerales de Estado. ¿Qué habrá ido a enterrar Biden en Irak?

El gran pensador francés Raymond Aron señaló que Estados Unidos era propenso a valorar en las guerras los triunfos militares, a expensas de su desenlace político. ¿Estará Washington en las puertas de un revés político en Irak? La pregunta es más que válida tomando en cuenta lo que ya está ocurriendo en esa nación, donde las fuerzas mayoritarias del chiismo invaden y cercenan a diario el espacio político de la minoría suní, logrado con inmensos esfuerzos estadounidenses en los últimos años de la ocupación militar. Agreguemos la súbita escalada en atentados de milicias, clanes, tribus y frentes terroristas, todos armados hasta los dientes, para tener idea de la explosiva coyuntura que asoma en Irak.

Sometimiento a Irán. Aparte de la amarga novela de las armas de destrucción masiva de Sadam, uno de los principales objetivos estadounidenses para derrocar esa cruenta dictadura, era forjar un régimen democrático pluralista suficientemente sólido para frenar las ambiciones expansionistas de Irán. Sin embargo, la dirigencia chiita iraquí, ahora en el poder, ha demostrado un preocupante sometimiento a la política exterior iraní en la región, sobre todo con respecto a Siria.

Sería un tristísimo desenlace que Estados Unidos, después de incurrir en altísimos costos humanos y materiales, encare ahora la transformación de Irak en un satélite iraní. No sobra apuntar que el primer ministro iraquí, Nuri Kamal al-Maliki, y sus principales adláteres chiitas vivieron en Irán durante los tiempos de Sadam. ¿Se habrá perdido en la mira del Pentágono esa posibilidad?

Los errores cometidos por Washington inmediatamente después de la caída de Sadam suscitaron justificadas críticas en Washington y otras capitales. Destacan entre esos yerros el permitir el desenfreno del populacho que condujo al saqueo generalizado en Bagdad y otras ciudades, que conllevó la desaparición de valiosas piezas arqueológicas. En esa misma vena, el equívoco de desbandar el Ejército y la Policía eliminó de un plumazo las únicas estructuras profesionales esenciales para mantener el orden. La ironía fue que, poco después, muchos de esos elementos debieron ser reinstalados como único remedio, a corto plazo, para combatir las olas de terrorismo que se desataron a partir de 2004.

En 2006, se pusieron en práctica una serie de medidas y estrategias destinadas a reincorporar a la minoría sunita al proceso decisorio en diversas zonas críticas.

Esta llamada Operación Despertar logró eliminar bases de apoyo al terrorismo, sobre todo de al-Qaeda, de corte sunita. Lograr reunificar las principales vertientes étnicas y religiosas dio sus frutos con grandes avances en la pacificación del país, lo cual abrió el camino para impulsar las prácticas democráticas indispensables para celebrar elecciones.

No obstante, a lo largo del presente año, al-Maliki intensificó sus esfuerzos para depurar las fuerzas de seguridad y aun del Ejército de sunitas y, en su lugar, abarrotar esos cuadros con elementos chiitas afines. Este proceso tomó un giro alarmante conforme avanzó la salida de los contingentes estadounidenses hasta culminar con la presente crisis.

Retiro de Irak. En este aspecto, un tema polémico ha sido la partida de las fuerzas estadounidenses conforme a un calendario estipulado con la administración de George W. Bush. Este pacto, sin embargo, abría posibilidades de renegociar las fechas de retiro. Los altos mandos militares estadounidenses insistieron en la necesidad de mantener una fuerza de alrededor de 20.000 efectivos para preservar el equilibrio interno ya logrado. Pero el presidente Barack Obama había hecho tema de campaña el repatriar a todas las tropas de Irak.

Ante la insistencia de amplios sectores en Washington que apoyaban la tesis de los militares, se procedió a negociar con al-Maliki y su equipo la posible permanencia de tropas estadounidenses. Estas negociaciones llegaron al punto muerto de brindar amparo de la ley iraquí a dicho contingente, rechazado por al-Maliki y sus congresistas. Con todo, llegó a establecerse que la Casa Blanca no desplegó los esfuerzos debidos para obtener las condiciones de estadía. Por ejemplo, en todo el período de las conversaciones con el equipo iraquí, el presidente Obama en ningún momento conversó por teléfono con el primer ministro. Insisten analistas independientes en que la consigna de la Casa Blanca era desinflar el asunto suavemente para hacer fracasar un posible acuerdo.

Esta tesis luce correcta a juzgar por la serie de eventos publicitarios de corte electoral que le han facilitado a Obama exaltar su logro de repatriar todas las tropas en Irak para esta fecha.

A las fuerzas estadounidenses les tomó apenas unos días derrocar a Sadam, y casi nueve años pacificar a Irak.

Esta paz, sin embargo, ha sido una paz cuya consolidación en mucho descansaba en la presencia de tropas estadounidenses.

Horas después de haber salido las últimas de esas unidades militares, al-Maliki dio un golpe sectario fatal contra la esencia pluralista del sistema político.

¿Será posible todavía rescatar la paz?